Capítulo 4
Mi dedo se quedó suspendido sobre el cuadro de texto un buen rato antes de contestar.

“¿Ya se te olvidó? Estoy en un retiro”.

“La señal es mala”.

Creí que no insistiría. Nunca le había interesado saber dónde estaba. Pero para mi sorpresa, Julian insistió.

“¿Cuál retiro? ¿Dónde está?”.

Por fin estaba dispuesto a prestarme un poco de atención lejos del tablero de ajedrez. Pero el auto ya se había detenido en la entrada del hospital. No le contesté.

El ala de cuidados paliativos estaba en un edificio aparte, detrás del hospital principal. Lejos del caos de la sala de urgencias, la quietud era tal que parecía otro mundo.

Una enfermera me ayudó con el registro. Su voz era suave, como si temiera perturbarme.

—Señorita Ava, su habitación está en el tercer piso. Tiene una vista muy bonita al jardín.

—¿Quiere que le avise a algún familiar?

Negué.

—No hay a quién avisarle.

Asintió sin hacer más preguntas. Las enfermeras de aquí eran muy profesionales, acostumbradas a todo tipo de despedidas.

La habitación era más acogedora de lo que había imaginado. Papel tapiz azul pálido, una iluminación tenue.

Afuera de la ventana, había un pequeño jardín, donde unos cuantos cerezos perdían sus pétalos.

Acababa de ponerme la bata del hospital cuando mi celular volvió a sonar. Un mensaje de voz de Julian.

—Acabo de pasar por el café al que íbamos antes.

Su voz sonaba relajada, ajena a que algo anduviera mal.

—Tienen un barista nuevo. Chloe dice que los lattes de ahora están mucho más ricos. Sugirió que viniéramos a probarlos cuando regrese.

Aun así, escuché con claridad la risa animada de Chloe de fondo. Hasta nuestros recuerdos compartidos ahora incluían a una tercera persona.

Apagué el mensaje de voz y dejé el celular a un lado.

La noche avanzó y la habitación quedó en silencio. Solo se oía el zumbido lejano de alguna máquina.

Acostada en la cama, me quedé mirando el techo. Pensé en las incontables noches como esta durante los últimos diez años.

Julian en el estudio, analizando partidas de ajedrez, mientras yo esperaba sola en la cama. A veces no se acostaba sino hasta el amanecer.

Hacía mucho que me había acostumbrado a la soledad.

No sé cuánto tiempo pasó. Ya me estaba quedando dormida cuando entró la llamada de Julian.

El timbre insistente sonaba especialmente estridente en la oscuridad.

Contesté y escuché su tono autoritario.

—Necesito que me hagas un favor. Chloe va a llegar tarde a su casa por sus preparativos para la partida. Necesito que vayas a su departamento a darle de comer a su gato.

Me quedé sin palabras unos segundos.

—Te dije que no estoy en Nueva York.

—Pues regresa —su voz se endureció—. Es una emergencia. No puedo permitir que esto afecte el desempeño de Chloe.

Pensé en mi alergia severa al pelo de gato. Cada vez que me exponía, me provocaba asma y urticaria.

En mi estado físico actual, podría ser mortal.

—Sabes que soy alérgica a los gatos…

—¿Una alergia? —me interrumpió, impaciente—. No hagas un drama por nada. Solo es darle de comer a un gato. ¿No puedes ponerte un cubrebocas? Es para apoyar a mi compañera. ¿Ni siquiera estás dispuesta a hacer eso?

Mi voz se fue apagando.

—En serio no puedo…

—¿Qué no puedes qué? ¿Tan ocupada estás? —la voz de Julian subió de tono—. En los últimos diez años lo único que te ha importado es lograr que me case contigo, ¿o no? Y ahora que te pido que hagas algo de provecho, ¿me sales con pretextos? ¿Cómo puedes ser tan egoísta?

Escuché la voz de Chloe de fondo.

—No seas así con Ava…

Me recargué en la cama del hospital, escuchando sus acusaciones.

Lágrimas de frustración corrían por mi cara. Era cierto. Durante diez años no tuve vida propia, ni carrera, ni amigos.

Era el centro de mi universo. Pero ahora, en uno de los pocos momentos en los que necesitaba pensar en mí, por fin decía lo que pensaba.

Para él, yo solo era una mujer egoísta y dramática. Una carga cuya única obsesión era un anillo de compromiso.

Me sequé una lágrima y me reí con amargura.

—Tienes razón. Estoy muy ocupada. Estoy ocupada muriéndome.
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