Capítulo 37
El silencio que siguió fue tan pesado como un puñetazo. Alexander quedó inmóvil. Las palabras de su hijo resonaban en su mente como veneno.
Su mirada se oscureció. Cada músculo de su cuerpo se tensó. Pero no reaccionó físicamente. Sólo lo observó, a ese muchacho que un día cargó sobre sus hombros, ahora parecía un extraño, borracho y sucio.
— No tienes idea de lo que estás diciendo —murmuró, en un tono bajo, firme… peligroso.
Ethan sólo soltó una risa amarga y volvió la cara, como si nada más importara.
Alexander lo miró fijamente unos segundos, en silencio. La mirada firme, contenida, intentando no estallar. Luego, se dio la vuelta para salir.
Pero Ethan aún no estaba satisfecho. Quería más. Quería provocar, herir o quizás sólo llamar la atención.
Se sentó tambaleándose en la cama, con una sonrisa torcida y venenosa en los labios.
— Dime, padre… —comenzó, con desdén—. ¿Te entró ganas de comerte a mi mujer, es eso? ¿Vas a decirme que no te tentó? Es joven, hermosa… virgen.