La dejo entrar primero. Quiero verla moverse por la casa.
Quiero grabarme cada una de sus reacciones mientras asimila que este será el lugar que comparta conmigo mientras estamos en Zúrich.
Arielle camina despacio, deslizando su hermosa figura por cada rincón de la casa. Sus ojos recorren las paredes, la chimenea encendida, el ventanal que da al lago. Todo huele a madera nueva y ahora también a ella. A limpio, a recién llegado, a lo prohibido que empieza a sentirse inevitable.
Se detiene frente al sofá, con una expresión que mezcla asombro y desconfianza. Cómo una hermosa leona con el corazón latiendo porque acaba de ser acorralada.
«Perfecta. Mi debilidad con piernas largas y cuello delicado»
Me acerco sin apuro.
Cierro la puerta detrás de mí y doy pasos lentos hacia ella.
—¿Te gusta? —pregunto en voz baja, acercándome por detrás, casi rozándola.
Ella asiente, pero no dice nada. Solo gira el rostro. Su perfil es una maldita obra de arte. No resisto más. Tomo su barbill