Perspectiva de Arielle
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Estoy de pie, en medio del salón, con las manos heladas y los latidos disparados. Acabo de confesarle a Daniel que estoy embarazada.
Dispuesta a soportar sus gritos, a sus acusaciones a que me diga que soy la peor persona y que he roto su confianza. Porque me lo merezco.
Pero él, en lugar de gritarme, de insultarme o lanzarme algún reproche, me ha dicho que tiene una relación con un hombre desde hace dos años. Que es gay. Que nunca me tocó porque no podía. Porque jamás fue parte de su deseo, ni de su naturaleza.
Y de pronto… todo encaja.
Me dejó caer en el sillón mientras mis manos se sueltan a los costados de mi cuerpo. Casi puedo oír el crujido de cada idea errónea cayendo desde lo alto de mi mente.
Por eso nunca me buscó.
Por eso jamás intentó tocarme con pasión.
Por eso siempre se sintió ajeno, distante.
No porque me despreciara, no porque me odiara, sino porque no podía fingir algo que no sentía. Y ahora, sentada en este sofá, mirándolo a