Perspectiva de Daniel Harrington
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Estoy sentado frente a ella, y de todas las cosas que esperaba escuchar hoy, esta no estaba en ninguna parte de mi lista.
—Estoy embarazada —repite, como si no la hubiese escuchado, como si no hubiese sido lo suficientemente clara.
Esa frase aún rebota en mi cabeza como una maldita bomba aturdidora. Aunque no me sobresalta por lo que significa para mí —porque, por supuesto, ese hijo no es mío— sino porque lo confirma: tiene un amante.
Sus palabras son una forma de decir que esto se terminó.
No con gritos. No con peleas. Solo con la simple y brutal certeza de que nunca tuvimos nada real.
Bajo la cabeza y dejo caer los codos sobre las rodillas. Aprieto mis manos, las entrelazo como si eso me ayudara a sujetarme a algo. A mí mismo, quizás.
Miro el suelo. Ese piso frío y brillante que tantas veces he odiado porque me recuerda que este pent-house es una vitrina. Una caja de cristal hermosa donde todos creen que vivimos el sueño perfecto.