Cassian se incorpora con la respiración agitada, con el rostro bañado en la humedad de mi placer, y pasa la lengua por las comisuras de su boca como si aún pudiera saborearme, como si lamiera el último rastro de su maldito pecado favorito. Su mirada arde. Es lujuria, es devoción, es fuego en su forma más pura. No me aparta los ojos de encima mientras me alza en brazos, sabiendo que mi cuerpo le pertenece, siendo él quien tiene todo el derecho de tocarme, porque soy suya desde siempre.
Mis piernas se enroscan alrededor de su cintura casi por instinto, y un jadeo se escapa de mis labios cuando siento la dureza de su erección presionándome a través del pantalón. Dios. No hay escapatoria. Lo deseo tanto que me duele, que me quema. Y él lo sabe.
Me lleva a través del pasillo con una determinación brutal. Nos dirigimos a la habitación principal. Lo sé. Lo reconozco. No dice una palabra, pero sus manos aferran mis muslos con fuerza, como si pudiera desmoronarse si me suelta. Cuando llegamo