El aire frio golpea mi rostro en cuanto cruzamos las puertas de la catedral.
«Es oficial, estoy casada»
Los flashes de las cámaras iluminan la fachada del templo. Invitados y periodistas se aglomeran para captar el momento en el que Daniel y yo salimos como marido y mujer. Sonrío para ellos, guardando las apariencias, para esta historia perfectamente escrita en la que somos protagonistas sin haber elegido el papel.
La mano de Daniel descansa con naturalidad en la curva de mi espalda mientras nos guiamos entre las multitudes hasta la limusina que nos espera para llevarnos hasta la recepción de la boda. Todo sucede demasiado rápido, como si el mundo quisiera asegurarse de que no haya tiempo para titubear. No veo a Rossy por ningún lado, pero si veo a mi papá, quien me da un asentimiento satisfecho porque al fin su plan ha tenido éxito.
Nos subimos al vehículo, y las puertas se cierran con un sonido sordo, aislándonos del bullicio, sumergiéndonos en un completo silencio. Es la primera vez