Narrador omnisciente
Arielle avanzó del brazo de su padre con la gracia que la ocasión exigía. El vestido la envolvía con una perfección etérea, el velo caía sobre su cabello con delicadeza, y cada paso resonaba con la solemnidad de quien camina hacia un destino inevitable. Se veía hermosa… y al mismo tiempo, resignada.
Cuando su mirada se deslizó hacia Daniel, lo encontró sonriendo. Luciendo apuesto, impecable. Pero no supo si lo hacía con genuina satisfacción o por la presión de las cámaras que capturaban cada segundo. Habían pasado cuatro semanas y no se habían visto. Y, aunque eso había permitido a Arielle un respiro de todo lo que se acercaba, no dejaba de parecerle extraño.
Apretó con fuerza el ramo de lirios blancos, aferrándose a la perfección de ese día que los padres de ambos habían arreglado.
Entonces, el murmullo comenzó como una brisa apenas perceptible, un cambio en la atmósfera que electrizó el ambiente. Las miradas se dirigieron a la entrada.
Dirigiéndose a aquel hombre