Perspectiva de Rossy
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No decimos una sola palabra durante el trayecto.
El auto se desliza por las calles en completo silencio, pero no es incómodo… es tenso. Un silencio cargado. Denso. Como si cada segundo estuviera impregnado de lo que no nos atrevemos a decir. Me arde la piel solo por estar sentada a su lado. Lo huelo. Ese maldito aroma que tiene, mezcla de madera, perfume costoso y deseo reprimido. Me dan ganas de cerrar los ojos y aspirar más profundo, como una adicta.
Miro de reojo sus manos en el volante. Firmes. Dominantes. Y recuerdo cómo hace unas horas esas mismas manos estaban en mi cintura, apretándome como si no pudiera contenerlo más.
Me cuesta no apretar los muslos ante el cosquilleo que siento ahí abajo solo de pensar en lo que pudo pasar en esa oficina si no hubiera llegado el suegro de Arielle.
Cuando se estaciona frente al edificio, mi pulso va como si hubiese corrido una maratón. Me humedezco los labios sin pensarlo.
Y entonces, como si las palabras salieran sola