—Así que tienes que ganar tres peleas... —murmuró el supervisor sin convicción.
Faustino agarró el cuello de la camisa del supervisor, quien palideció y empezó a sudar frío.
—¿Con que jugando conmigo, eh? Y después de ganar tres peleas, ¿serán cien más? ¿Me toman por idiota?
Ahora Faustino estaba seguro: Samuel y el jefe de la arena clandestina estaban confabulados, manipulando todo desde las sombras. El objetivo era obvio.
Querían usar a estos peleadores para matarlo.
El supervisor negó frenéticamente con la cabeza.
—No no no, jefe, ¡jamás nos atreveríamos! Esta vez es en serio, solo gana tres peleas y podrás verlo.
—¡Por favor jefe, no me hagas esto! Solo soy el mensajero. Aunque me mates, no sé dónde está la persona que buscas.
Faustino arrojó al supervisor a un lado.
—Tienes razón, solo eres un mensajero. Matarte no serviría de nada.
Una sonrisa fría apareció en sus labios.
—Si quieren mandar gente a morir, los complaceré. Quedan dos peleas, ¿no? ¡Pues que suban mis oponentes, acab