Pero las palabras de Faustino dejaron a todos en el Salón Imperial, incluyendo a Valeria, atónitos. Luego, estalló una carcajada ensordecedora.
— ¡Jajajaja… — La risa resonaba, sacudiendo el salón.
Mauro, apoyado en una mesita, se reía sin poder respirar.
— ¡Jajajaja… ¡No puedo más! ¿Este chico está loco? ¿Se atreve a amenazarnos? ¡Jajajaja… ¡Que se mire al espejo antes de amenazar a gente como nosotros! ¡Jajajaja… ¡Esto es el mejor chiste del mundo! ¿Este idiota quiere matarnos de risa?
La amenaza de Faustino parecía una broma, como una hormiga desafiando a un elefante.
Un hombre alto y delgado, de ojos hundidos y rostro pálido, claramente un aficionado al alcohol y las mujeres, se burló de Faustino:
— ¡Muchacho, eres un inconsciente! No sabes con quién te metes. Entiendo la pasión juvenil, querer defender a tu amada… pero hay gente que no se puede desafiar en este mundo. Las consecuencias son más de lo que puedes soportar. ¿Entiendes? Si lo entiendes, ¡lárgate!
El alboroto en el Saló