Cuando Faustino terminó de hablar, la mirada de Benjamín, Mateo y Sergio se ensombreció por completo.
Lo único que les esperaba era la destitución de sus cargos y pasar el resto de sus vidas en prisión. Habían cometido demasiados crímenes; una investigación desencadenaría una avalancha imparable.
Los ojos de Sergio se enrojecieron mientras agarraba a Benjamín y lo sacudía violentamente.
—¡Todo es tu culpa por insistir en que me uniera a tus problemas! ¡¿Cómo iba a terminar así si no?! ¡Tú me arruinaste!
—¡Carajo, ¿cómo iba a saber que este mocoso tenía tantas conexiones?! ¡¿Crees que hubiera buscado venganza de saberlo?! ¡No me eches la culpa, maldita sea!
Benjamín, amargado, comenzó a forcejear con Sergio.
—¡Llévenselos a todos para interrogatorio! —ordenó Mauro.
Los policías del condado no les dieron oportunidad de seguir peleando. Inmediatamente los sometieron para llevarlos a la comisaría del condado.
La salida de los policías de la clínica atrajo a muchos aldeanos curiosos. Alguno