—Maldito mocoso... ¿qué actitud esperas?
—¡Quisiera hacerte papilla! —gritó Alice, su trasero ardiendo por las cuatro o cinco patadas de Faustino, un dolor que se mezclaba con una intensa sensación de humillación.
Estaba enloquecida, mirando a Faustino con odio. Si no fuera por las cuatro heridas de bala, probablemente habría intentado matarlo.
—Mujer venenosa, basta, no perderé más tiempo contigo. Llévanos al detector.
Faustino iba a darle otra patada, pero la mirada de Mariana lo detuvo.
—Bien, los llevaré al detector... —Alice se levantó cojeando, conteniendo su furia y el dolor de sus heridas.
—Señorita, está herida, déjenos ayudarla... —las dos estadounidenses corrieron a sostenerla, ignorando sus propias heridas pero mirando a Faustino con odio.
—¡Suéltenme, puedo caminar sola! —rechazó Alice furiosa.
Con cuatro heridas de bala, Alice estaba pálida y débil, caminando con gran dificultad.
—Faustino —llamó Mariana—. Está muy malherida, podría desangrarse antes de llegar al detector