DEMETRIA
Entramos en una oficina en la esquina. Marion me dio la espalda a la puerta y empezó a besarme de nuevo. Nuestras lenguas luchaban por controlar el beso. Ya estoy mojada.
“Déjame disfrutarte ahora mismo. Puedes volver a odiarme mañana por la mañana, ¿verdad?”, preguntó con voz ronca y rasposa.
“Me lo preguntas como si tuviera otra opción; ya estamos en una habitación. Es demasiado tarde para dar marcha atrás, ¿no crees?”, repliqué con una sonrisa burlona.
“Me alegra que empieces a entender cómo funciona esto. Pero te prometo que estarás en las nubes. No te preocupes, lo disfrutarás”. Se ríe entre dientes, lentamente.
“Estás hablando demasiado, ponte a trabajar”, le provoqué.
Gruñó, llevándome hasta el escritorio, quitándome la parte de arriba para tumbarme.
“Arriba”, ordenó con autoridad. Un escalofrío me recorrió la espalda. Lamiéndome los labios, hice lo que me dijo, apoyándome en las manos. Me bajó el vestido hasta la cadera y me llevó al borde del escritorio.
—No vuelvas