«Capítulo Vigésimo tercero»
El suelo de la torre, aquellos ladrillos de piedra rojiza se derrumbaron dejando a penas la escalera que daba a la parte superior de la torre y las puertas al abrirse dejaban entrar a un pozo oscuro por el que la parvada de aves bajaron mientras se metían como una ola hasta ir a la profundidad y luego, la tierra se removió, un túnel oscuro y tenebroso se formó retorciéndose como una red oscura de raíces que empezaron a florecer. Un sin fin de espigas de rosas que deje atrás.
El camino daba a las catatumbas, al espejo que palpitaba como mi corazón y llamaba, me gritaba que fuera a nuestro apreciado encuentro. Mi plumaje se hizo un vestido de sedas negras, resurgí como una rosa de entre las aves que se pegaban a mi e iban materializando mi carne. Mis ojos fueron fijos a aquel reflejo encantador, una sonrisa salió de mis labios de un carmín profundo.
“Te esperamos”. Susurró aquel espejo de proporciones descomunales mientras me acercaba. Ya no tenía los ojos