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El Legado roto Vieri
El Legado roto Vieri
Por: Ahmy
CAPITULO 1: El precio de la armadura

El cristal blindado de la Costa Norte reflejaba el sol poniente, tiñendo el despacho de un color ocre y sombrío. El lugar era la encarnación del poder inmutable de la familia Veira, pero con un matiz de frialdad y austeridad que el anterior líder, Demian, nunca habría permitido. Era un espacio diseñado para el castigo y la imposición, no para la negociación.

Ahora, este era el dominio de Matteo Veira. O, como lo llamaban en los pasillos helados del clan, El Vieri.

Elena se sintió diminuta y abrumada, una mota de polvo en ese templo de caoba oscura y acero. La pesada puerta de roble se había cerrado detrás de ella con un sonido sordo, un clack de cierre que fue más fuerte que un disparo en su sistema nervioso. El pánico, una criatura familiar que vivía en su pecho, comenzó a agitarse.

El despacho no era simplemente grande; era opresivo. Los techos altos no daban sensación de libertad, sino de estar aprisionada en una caja diseñada para intimidar. Las paredes, casi enteramente cubiertas de paneles oscuros, parecían moverse, y la luz tenue que se filtraba solo acentuaba las sombras, donde cualquier amenaza podía esconderse. Su respiración se aceleró. Hacía años que la claustrofobia no la golpeaba con tanta violencia, un recuerdo físico del encierro y el terror que había vivido en el pasado.

Y luego estaba Él.

Matteo Veira estaba de pie junto al ventanal. Le daba la espalda, observando la ciudad, pero su presencia era una carga física que la empujaba hacia la pared. Era más grande de lo que recordaba, su figura se había vuelto maciza y cincelada por la dureza de los últimos años. Vestía un traje de corte impecable, gris oscuro, que no ocultaba su fuerza. No era el cuerpo dulce y protector que recordaba; era el cuerpo de un depredador. La antítesis de lo que ella había amado, y la encarnación viva de su peor pesadilla.

El silencio se estiró, lleno del eco de su propio miedo. Las palmas de Elena comenzaron a sudar. La urgencia que la había traído aquí —la desesperación de saber que su padre había regresado a la ciudad y estaba vendiendo información sobre ella— luchaba contra el terror visceral que le producía estar sola en esa habitación con un hombre poderoso. La única forma de conseguir la protección de la Costa Norte era aceptar el tormento de su presencia.

Finalmente, Matteo rompió el silencio. Su voz era grave, seca, y no contenía la menor melodía del Matteo de antes.

Matteo (El Vieri): "Tengo poco tiempo. Hable rápido, y no se acerque a mi escritorio. No me gusta la gente débil cerca de mis asuntos."

La voz la golpeó como un latigazo. Débil. La palabra que ella le había arrojado con la crueldad más calculada, ahora utilizada por él como un título de desprecio.

Elena tragó saliva. La vergüenza y el pánico luchaban por ahogarla. Apretó sus manos a los costados, notando cómo sus dedos temblaban. Tenía que intentarlo. Por la persona que alguna vez fue.

Elena: (Su corazón late con fuerza en su pecho. Sus manos tiemblan; la claustrofobia comienza a apretarle el pecho. Su voz es apenas un hilo que se rompe por el terror.) "Matteo... soy yo. Necesito... necesito tu ayuda. Por favor."

Matteo tardó una eternidad en reaccionar. Su espalda permaneció rígida, inamovible. El aire en la habitación se hizo más denso. Ella sentía que le faltaba el oxígeno. La familiar sensación de que las paredes se movían la hizo dar un paso inconsciente hacia atrás, buscando un punto de escape que no existía.

Matteo (El Vieri): (Finalmente se giró. Sus movimientos eran lentos, deliberados, casi robóticos. Y cuando sus ojos la encontraron, Elena sintió un frío que no tenía nada que ver con la temperatura de la habitación.) "¿Matteo? No sé de qué está hablando. Mi nombre es Veira, y este apellido no tolera errores. ¿Quién se atreve a enviarme una mujer tan... nerviosa?"

Dio un paso hacia ella. Elena no pudo evitar retroceder, hasta que su espalda impactó contra la puerta cerrada. El ruido sordo del golpe la hizo cerrar los ojos por un instante. Estaba acorralada. La claustrofobia se disparó a niveles insoportables. Su pasado la había alcanzado, no en forma de tres hombres desconocidos, sino en la figura del único hombre que había jurado proteger.

Matteo (El Vieri): (Dio otro paso, reduciendo la distancia, invadiendo sutilmente su espacio personal. La mirada le escaneó con desprecio.) "Usted debe confundirme con alguien más. Quizás ese hombre dulce y estúpido que me mencionó su padre hace años. El que era un fracaso para la Costa Norte. El que no tenía la dureza para llevar este apellido."

Elena sintió náuseas. No solo estaba fingiendo no reconocerla, sino que estaba utilizando sus palabras como dardos envenenados. El corazón dulce que ella creía haber salvado se había convertido en un arma contra ella.

Elena: (Su voz se alzó con una desesperación mezclada con la valentía de la culpa.) "No... no digas eso. Sabes quién soy. Lo que hice... lo hice por ti. Para protegerte del... del clan, del monstruo que te rodeaba. No tenías la armadura, Matteo. Eras demasiado bueno, demasiado vulnerable."

Matteo sonrió. Era una mueca cruel que no llegaba a sus ojos. Dio el último paso. Ahora estaba a menos de medio metro de ella, alto, oscuro, envolviéndola en su sombra.

Matteo (El Vieri): "¿Vulnerable? ¿La dulzura es vulnerabilidad? Usted me llamó fracaso, ¿recuerda? Dijo que este apellido era una vergüenza. Usted me dejó, no me protegió. Y sí, yo era un imbécil. Un idiota que creía en los finales felices y en el amor que sacrificaba todo."

Hizo una pausa, y su tono se volvió una caricia de hielo.

Matteo (El Vieri): "Pero tengo que agradecerle algo. Me abrió los ojos. Me enseñó que la bondad era una debilidad que me habría matado en este mundo. ¿Y sabe qué hizo el fracasado? Se deshizo de él. Mató al hombre que usted detestaba."

Matteo (El Vieri): (Se acercó lo suficiente para que ella percibiera el aura de poder masculino, el que tanto teme. Ella se encogió ligeramente.) "Y si me conoce de verdad, sabrá que ese 'Matteo' dulce que usted detestaba... está muerto. Lo mató usted. Soy el 'Vieri'. Y yo, Vieri, no tengo corazón para las tragedias sentimentales. Ahora, váyase. No quiero respirar el mismo aire que la debilidad."

Retiró la mano que había estado apoyada cerca de su cabeza en la pared, el gesto final de rechazo y sentencia.

La frase la rompió. "La debilidad." Su miedo, su claustrofobia, el trauma que la obligó a cometer el acto más cruel de su vida, ahora él lo usaba para expulsarla. Había vuelto a ser la víctima, pero esta vez, el victimario era el hombre que amaba.

Elena no pudo responder. Las lágrimas quemaron sus ojos, pero se negó a derramarlas. Solo logró murmurar un nombre, una última prueba:

Elena: "Alessandro... pregúntale a tu hermano..."

Antes de que pudiera terminar, la puerta se abrió de golpe. No era Matteo. Era Dimitri, el esposo de Valentina. Su rostro duro se suavizó al ver el estado de pánico apenas contenido de Elena.

Dimitri: (Dirigiéndose a Matteo con respeto, pero con firmeza) "Matteo, disculpa la interrupción. Tenemos un problema urgente en el muelle."

Matteo, el "Vieri", le dedicó a Dimitri una mirada fulminante por la interrupción. Luego, miró a Elena por última vez, una mirada vacía de emoción, y se dirigió a la salida sin darle una segunda oportunidad.

Matteo (El Vieri): "Tiene suerte, señorita. La Costa Norte tiene asuntos más importantes que resolver que sus lamentos. Vámonos, Dimitri."

Matteo salió. Elena sintió el torrente de aire frío que dejó al pasar, y el alivio inmediato de que el espacio volviera a ser transitable. Cuando la puerta se cerró por segunda vez, solo entonces se permitió el lujo de doblarse, sosteniendo el marco de la puerta. Su sacrificio había funcionado: él era fuerte. Pero el precio era que ella ahora lo temía más que a cualquier otra cosa en el mundo.

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