La señora Uribe resopló con frialdad.
Pero por muchas quejas que tuviera, no se atrevía a desobedecer a Alejandro.
...
En la profundidad de la noche, la familia Uribe llegó a la villa.
Alejandro trajo hierbas medicinales de la mejor calidad y al mejor médico, temiendo que Aitana pudiera sufrir algún percance.
El anciano subió las escaleras apoyándose en su bastón, mientras reprendía a Fernando:
—¿Dónde diablos está ese sinvergüenza de Damián? ¿Dónde está mientras su esposa está tan enferma? ¿Anda de juerga o se ha esfumado? Incluso si se hubiera desintegrado, ¡debería quedar algún rastro!
Fernando, con la cabeza inclinada, respondió cautelosamente:
—Damián ha ido a Ginebra.
El anciano se quedó inmóvil.
La luz se reflejaba en su rostro, que de repente pareció envejecer diez años.
Sus labios se movieron, como si quisiera decir algo, pero finalmente solo exhaló un leve suspiro:
—Encuentra la manera de contactarlo.
Fernando bajó la cabeza, indicando que haría todo lo posible.
Esa noche, Al