Aitana sonrió y le dijo a la otra secretaria:
—Llama al señor Zelaya de mi parte y dile que definitivamente asistiré.
...
Aitana estaba de muy buen humor. Al atardecer, regresaba al hospital en el auto negro y a mitad del camino le pidió al chofer que se detuviera. Bajó a comprar un ramo de rosas en una florería de la calle.
Aitana caminaba con el ramo entre los brazos, disfrutando de la brisa primaveral, sintiéndose relajada como hacía tiempo no se sentía.
De repente, su mirada se quedó fija.
Era Miguel.
Iba de la mano con la pequeña Dana, que llevaba su mochila escolar. Seguramente papá había ido a recogerla del colegio.
Aitana se quedó parada en el atardecer con las flores en brazos, observando tranquilamente a padre e hija.
Miguel la vio, se sorprendió un momento y luego se acercó.
—¡Aitana!
Aitana sonrió, se agachó y le acarició la cabeza a la pequeña Dana:
—¡Cómo has crecido! ¿Y mamá?
La pequeña Dana respondió con su vocecita tierna:
—Mamá todavía no sale del trabajo, pero ya cas