La calidez de aquella mujer entre sus brazos, con su piel suave y su perfume embriagador... ¿cómo podría Damián permanecer indiferente?
Pero no podía ceder.
Le habló con dulzura a la mujer que sostenía, diciéndole que todavía había tiempo para Mateo, recordándole que acababa de someterse a un procedimiento y que su cuerpo no estaba en condiciones para la intimidad...
Aitana fue tranquilizándose gradualmente.
El sol del atardecer teñía de naranja los cristales de la ventana, como llamas que lamían el vidrio.
La habitación quedó envuelta en un resplandor cálido, como si cubriera a la pareja con un velo de ámbar. Para sorpresa de Damián, Aitana no lo apartó; sus delicados brazos seguían rodeando su cuello.
En realidad, estaba asustada.
¿Qué padre no sentiría miedo?
Después de años juntos, Damián la conocía bien. Era evidente que Aitana había llorado. La abrazó, acariciando suavemente su espalda, consolándola con ternura:
— Mientras yo esté aquí, a Mateo no le pasará nada.
Aitana levantó l