Las mejillas de Dana estaban mojadas por las lágrimas mientras decía: —Quiero encontrar a mi mamá.
Aitana le secó las lágrimas y besó su suave carita: —Te llevaré con ella.
Conocía la ubicación de la sala de descanso de los Valencia, así que cargó a Dana para buscar a la pareja. Curiosamente, Miguel y su esposa no habían aparecido desde el inicio de la fiesta, lo que despertó sus sospechas.
La puerta de la sala estaba entreabierta, dejando una pequeña rendija.
Al acercarse, Aitana escuchó voces acaloradas. No eran otros que Miguel y Maite, inmersos en una intensa discusión.
No quería escuchar a escondidas y, desde luego, no deseaba que Dana oyera la pelea.
Dio un rodeo con la pequeña en brazos, consolándola dulcemente: —Tus papás no están aquí. ¿Qué te parece si vamos a buscarlos a otro lugar?
Aitana sabía cómo tratar a los niños. Dana se animó y dejó de llorar.
Detrás de ellas, la discusión continuaba tras aquella puerta.
En la oscuridad, Miguel permanecía de pie junto al ventanal, su