En Residencial Aires del Sur, cuando el cielo empezaba a oscurecer, Aitana llevó a Mateo a casa.
Los enormes ficus bloqueaban el cielo, ocultando gran parte de la luz que escapaba de la mansión. El cielo azul profundo se asomaba entre las densas ramas, creando un moteado de sombras oscuras.
Aitana bajó del coche y sacó a Mateo del asiento trasero, reacia a separarse.
El pequeño estaba algo sudado, pero seguía oliendo como un bebé adorable.
Lo besó una y otra vez, sin querer dejarlo ir, aunque sabía que no podía quedarse a dormir nuevamente.
Mateo tampoco quería separarse y se aferraba a su madre. Su carita, especialmente pálida y suave en el crepúsculo, resultaba encantadora.
En los escalones esperaba una alta figura: Damián.
Aitana levantó la mirada y encontró sus ojos. Él parecía haber estado ahí esperando para decirle algo. Aitana acarició la cabeza de Mateo y habló suavemente: —Cariño, ve adentro. Tengo que hablar con papá.
Las mejillas de Mateo se sonrojaron. ¡Mamá lo había llamad