Al volver a ver a Damián, Aitana se vio inundada por emociones contradictorias.
Las palabras de Mercedes aún resonaban en su mente:
"Cuando tuviste el parto difícil, le exigí a Damián que se arrodillara, solo para desahogarme..."
Después de tantos años, Damián nunca lo había mencionado.
Él, con su carácter implacable y calculador, jamás había hecho referencia a aquello.
Bajo las luces brillantes, Aitana parecía perdida. Mercedes, siendo perspicaz, comprendió inmediatamente que Aitana desconocía este hecho. Consciente de su indiscreción, se alejó rápidamente con Dana en brazos.
En el largo pasillo solo quedaron ellos dos, haciendo que pareciera aún más vacío.
Damián mantenía su apariencia habitual, con un traje descansando sobre sus hombros. Su rostro delgado, perfectamente definido bajo la luz, emanaba el encanto distintivo de un hombre maduro.
Se acercó lentamente a Aitana y preguntó con voz suave: —¿Has venido sola?
Aitana seguía mirándolo en silencio.
Una brisa nocturna rozó las pun