El sonido del ascensor deteniéndose en el piso superior resonó en la tranquila mañana. Samantha Ortega respiró hondo antes de salir del pequeño cubículo metálico. La mañana había sido tan abrumadora que apenas tuvo tiempo para procesar lo que había sucedido. El paquete de documentos que Alexander le había entregado seguía pesando sobre su mesa, y sabía que debía analizarlos con minuciosidad. Pero en su mente, la escena anterior se repetía una y otra vez: la intensidad en los ojos de Alexander, el tono suave pero cargado de gravedad en su voz.
Mientras avanzaba por el largo pasillo del edificio, las puertas de las oficinas se cerraban con un eco bajo, como si el silencio de todo el lugar estuviera esperando algo. Era extraño estar tan cerca del epicentro del poder de Nueva York, un poder que parecía tan tangible y a la vez tan distante. Samantha no podía evitar preguntarse si alguna vez llegaría a entender realmente todo lo que significaba estar aquí, bajo la sombra de Alexander Vaughn