La almohada de la cama estaba, unos diez grados, más inclinada de lo que la había dejado esa mañana antes de irme al trabajo. Había unas manchas húmedas, de un tono rosado, en el borde de la funda. Fruncí el ceño, lo deshice de inmediato. Acomodé la almohada y tiré a la basura un mechón de cabello que había quedado atrapado en la esquina. Luego fui al espejo del tocador para cambiarme.
Cuando solo me quedaban dos prendas íntimas, lancé una mirada de reojo al osito pardo sobre la cama, tomé mi pijama y entré al baño. Era el cuarto día desde que había descubierto que había un extraño en mi casa. Primero, la alfombra de la entrada tenía marcas de haber sido movida. Después, el orden de la ropa en mi armario no era el mismo. Los cambios eran mínimos, pero, como soy una persona con un trastorno obsesivo-compulsivo severo, detecté las anomalías enseguida.
Por eso, comencé a prestar atención a los extraños a mi alrededor y, sin mucha dificultad, encontré al culpable: un hombre delgado, que me seguía todos los días me seguía al trabajo y de regreso a casa. Se perdía entre la multitud con una gorra de béisbol y una mascarilla. Casi siempre vestía una camisa azul de manga larga y jeans. Por lo que lo único que podía ver de él eran sus manos.
¡Y qué manos…! Eran unas preciosas. Blancas, alargadas, con nudillos definidos y con gruesas venas recorriendo el dorso. Increíblemente sensuales. Si esas manos bailaran sobre mi cuerpo, ¿qué tan hermoso sería? ¿Habría medido todas mis proporciones con ellas mientras se masturbaba en mi cama?
Cerré los ojos, abrí la regadera y dejé que el agua me cayera sobre el rostro y el cuerpo. Imaginé que esos chorros de agua se transformaban en unas manos hermosas que recorrían cada parte de mi cuerpo. Pero el agua tibia no podía reemplazarlas.
Pensando en esto, solté un suspiro, me sequé y abrí el armario para sacar una braga limpia.
Apenas la toqué, sentí que la textura no era la correcta. Un aroma familiar llegó a mi nariz y vi que tenía las mismas manchas húmedas. Ese hombre… se estaba volviendo cada vez más atrevido. Mis ojos brillaron, y una risa escapó de mis labios. En lugar de asustarme, simplemente decidí no usar ropa interior. Por lo que me puse el camisón y salí del baño.
El osito de peluche marrón seguía apoyado en la cama. Sus ojos negros me miraban fijamente. Le acaricié la cabeza, lo puse boca arriba en la cama como si fuera al azar, me subí a la cama y puse un pie sobre él. Justo en ese momento, una repentina ráfaga de viento entró por la ventana, levantando mi camisón y dejando mi intimidad completamente expuesta. Un punto rojo brilló rápidamente en los ojos negros del osito bajo mis pies. Pero yo no lo noté. Solo me puse de puntillas para alcanzar los accesorios que guardaba en el armario.
Seleccioné uno con forma de mano y, satisfecha, me recosté en la cabecera de la cama para comenzar mi espectáculo. El osito ya estaba de vuelta en su lugar, mirándome. Sus ojos negros parecían reales, como si su dueño estuviera mirándome a través de la cámara. Era absolutamente degradante… y, al mismo tiempo, esa idea tan enferma de una forma absurda.
Vivo sola y mi casa tiene muy buena insonorización, por lo que no tenía que preocuparme de que alguien me escuchara. Cuando la excitación me invadió, saqué mi teléfono y mis auriculares Bluetooth, fingiendo ver una película, pero en realidad encendí un dispositivo de escucha. Ese hombre… el que recogió la basura que había tirado, seguramente no imaginó que yo también había escondido un micrófono ahí, ¿verdad?
Así que sí. Escuché su voz… como quería.