Mi caso continuó así: la policía, actuando de manera responsable, me interrogó varias veces, y en cada ocasión expuse los hechos tal como habían ocurrido.
Sumado a las evidencias que recolectaron, la verdad era clara.
El difunto había acosado a una mujer soltera e intentado violarla en su domicilio; la víctima, durante el forcejeo, lo mató accidentalmente.
Como mucho, se trataba de un exceso en la legítima defensa, no un homicidio intencional.
No había nada sospechoso.
Me defendí cuando mi vida estaba en extremo peligro, sin agregar más ataques, y llamé al 911 y a emergencias inmediatamente después de que Juan resultara herido. Estas acciones fueron suficientes para reducir mi responsabilidad al mínimo.
Así que, días después, el tribunal me declaró inocente y fui liberada.
Después de estar ausente tanto tiempo, había perdido mi trabajo.
El apartamento donde vivía también había sido desalquilado unilateralmente por el propietario.
Me instalé en un hotel y al día siguiente, después del a