En especial ese día, ella sacó un vibrador.
Juan, a través del oso de peluche, lo vio todo. Tenía tantas ganas de poseerla, de estrangularla hasta que su rostro se pusiera rojo escarlata y sus ojos se pusieran en blanco.
Pensando en esto, Juan puso su mano en el fino y blanco cuello de la mujer. Era tan hermosa, con un cuello delgado y largo, sin un solo defecto.
La fuerza en su mano aumentó, y la mujer en la cama rápidamente enrojeció y frunció el ceño. Pero seguía dormida. Juan respiró aliviado, soltó su agarre, besó el cuello enrojecido por sus dedos, y levantó la fina manta que la cubría para observarla cuidadosamente.
Con una mirada frenética, se acercó y lamió esa preciada joya con devoción.
Solo cuando el cuerpo de Mariana estaba completamente húmedo se sintió satisfecho, se acostó a su lado, la abrazó y enterró su rostro en su cabello, inhalando su dulce aroma.
Era un aroma único, embriagador.
En realidad, Juan tenía una gran capacidad para el alcohol; las copas de esa no