Capitulo 54
La noche estaba oscura y el aire helado parecía arrastrar un presagio funesto. Valentina avanzaba con cautela por el camino de tierra, sus pasos resonando entre el silencio. Su vestido pesaba un poco, sus pies dolían por los zapatos, pero a ella solo le importaba su hijo. Había seguido las indicaciones que recibió de Marina, con el corazón, latiéndole en el pecho como un tambor de guerra.

Frente a ella, una bodega vieja y olvidada se alzaba como una sombra en medio del terreno baldío. La madera podrida y el óxido en las bisagras le daban un aspecto aterrador, pero Valentina no dudó. Empujó la puerta y entró.

Dentro, el olor a humedad y encierro la golpeó de inmediato. La luz era escasa, apenas proporcionada por un par de velas temblorosas colocadas en esquinas estratégicas. Y entonces lo vio.

—¡Valerio! —exclamó Valentina, corriendo hacia él.

El niño estaba en un rincón, abrazado a sí mismo, con los ojos hinchados de tanto llorar. Su pequeño cuerpo temblaba, sacudido por solloz
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