El ambiente en la mansión era tenso. Berlín se encontraba en su estudio, trabajando en sus proyectos, mientras que Lucrecia, con una sonrisa maliciosa en los labios, recibía a una vieja amiga de su hijo, llamada Irene.
—¡Cuánto tiempo sin verte, Irene! —Exclamó Lucrecia, abrazando a la joven con entusiasmo—. Berlín estará encantado de verte.
—¡Lo mismo digo, Lucrecia! —respondió Irene, su voz llena de alegría—. He venido a visitarlos después de tanto tiempo.
Lucrecia invitó a Irene a pasar y la condujo al salón principal, donde se encontraban varios retratos de Berlín de niño y adolescente.
—Mira, aquí tienes algunos recuerdos de Berlín. —Dijo Lucrecia, señalando los retratos—. Siempre fue un niño muy guapo y encantador.
Irene observó los retratos con nostalgia.
—Es verdad —dijo—. Berlín siempre fue muy especial.
Lucrecia sonrió con malicia.
—Y ahora es un hombre hecho y derecho —dijo—. Un hombre que necesita una mujer a su lado.
Irene frunció el ceño, sin entender a dónde quería lleg