Se me nubló la vista; sentí que el suelo se movía bajo mis pies. Por un momento no pude distinguir sonido alguno: las risas de abajo, el sonido de la noche, todo pareció desaparecer.
La sorpresa seguía instalada en mi pecho sin saber cómo procesar aquello. ¿Isabel está embarazada? ¿De verdad? ¿Cómo diablos…? ¿Qué no era estéril? Mi mente fue un torbellino de fechas, encuentros y silencios. Si eso era cierto, entonces muchas cosas cambiaban y otras tantas quedaban en llamas.
La habitación parecía encogerse y me acerqué a ella con pasos que no reconocía. La ví pálida, las lágrimas todavía surcando su rostro, y la rabia que tenía por Celina se transformó en algo más afilado: un miedo feroz y frío por lo que pudiera significar aquello para ella, para nosotros, para todo.
—¿Qué fue lo que dijiste? — Musité sin pensar, más para mí que para Teresa. Ella repitió, con calma profesional
—Los signos son claros. Está afectada por emociones fuertes, eso la descompensa, además de antojos no muy com