El resto del trayecto fue agonizante y torturador para ambos. Jareth llevaba el rostro inexpresivo y trató de no decir una palabra más. También evitó mirarla porque sentía que si lo hacía no se controlaría de nuevo.
Isabel luchaba consigo misma para no lanzarse a él y retomar el beso que le rechazó. Aún sentía la corriente recorrer su cuerpo, su sangre arder por sus venas. Él deseo en cada segundo aumentaba y ya rogaba porque llegaran al Atelier. El leve temblor en sus manos y el boom boom de su corazón acelerado lo estaba odiando con cada célula de su ser.
La tensión entre ambos ya no era solo emocional. Era física. Pesada. Como si algo invisible se hubiera subido al auto con ellos.
Y entonces, tras un par de kilómetros en silencio, Isabel lo notó.
Los faros. Ese mismo auto detrás, desde hacía rato. No muy cerca, pero lo suficiente para no perderlos de vista. Cambiaba de carril cuando ellos lo hacían. Mantenía la misma distancia. No era casualidad.
—¿Sucede algo?— preguntó Jare