El resto del día transcurrió bajo una tensión casi insoportable, no solo para Eirin, sino también para Ethan. Ambos se debatían en un conflicto interior que los consumía a distintas velocidades, pero con la misma intensidad. Ethan, atrapado en la contradicción más brutal de su vida, sentía cómo sus convicciones se erosionaban lentamente ante el deseo. Cada vez que pensaba en ella, su mente le recordaba con violencia que Eirin no era cualquier mujer: era la esposa del hombre que había destruido a su madre, que lo había ignorado desde antes de nacer. Su enemigo por sangre. Su condena personal. Y aun así, cada interacción con ella fuera del marco profesional, cada roce, cada palabra dicha en voz baja, representaban una traición directa a sí mismo. Lo sabía. Y sin embargo, no podía detenerse. El deseo lo dominaba como un veneno lento. Una obsesión. Un delirio.
Eirin, por su parte, regresó tarde a casa. No era el cansancio lo que le apretaba el pecho, sino la conciencia cada vez más clara