Eliseo se encontraba en la sala de su penthouse, rodeado de techos altos y paredes de cristal que ofrecían una vista panorámica de la ciudad de Roma. Las luces de la ciudad titilaban como un manto de estrellas rotas, pero él no las veía. Su mirada estaba fija en la pantalla de su teléfono móvil, y sus ojos estaban dilatados por la mezcla de furia y paranoia. Cesantía agotado. La guerra lo había desgastado, no solo física, sino mentalmente. Ya no era el hombre de control implacable. Todo se deslizaba como arena entre los dedos, más rápido de lo que podía detenerlo, y comenzaba a ver sombras donde antes había seguridad.
Eirin había comenzado a alejarse. Había algo en ella que lo desconcertaba, y su actitud le recordaba a las primeras señales de traición. ¿Cómo podía ella, la reina de hielo, ser tan impredecible ante sus ojos, si él era quien todo lo sabía? O eso creía. Sí bien ella se movía como él lo venía planificando, a veces sentía que ya no la controlaba.
Eliseo no era un hombre qu