La habitación aún olía a deseo, al sudor de sus cuerpos entrelazados, a la pasión que acababa de consumarse entre jadeos contenidos y manos desesperadas. La sábana aún a medio cubrir sus cuerpos hablaba de la urgencia con la que se habían buscado. Ethan acariciaba con lentitud la espalda desnuda de Eirin, mientras ella tenía la mejilla apoyada contra su pecho, escuchando los latidos acelerados de su corazón que se estaban calmando. Afuera, la ciudad continuaba con su ruido indiferente, pero ahí dentro el mundo se había detenido.
Hasta que sonó el timbre del intercomunicador. Una vez, dos veces, una tercera vez.
—Ignóralo —susurró Eirin, entrelazando sus piernas con las de él.
Pero la insistencia era una daga. Ethan soltó un bufido, deslizó la mano por su cabello y maldijo en voz baja.
—Dame un segundo —dijo, levantándose de la cama a regañadientes, su cuerpo desnudo en la medida que avanzaba dibujaba sombras bajo la luz tenue del dormitorio.
Atravesó el pasillo, luego el salón con pas