—Esto va traerles consecuencias —amenazó al guardia—. Están encubriendo un delito. Ese maldito tiene retenida a mi esposa allí arriba.
—Que yo sepa, el señor Rusbel está solo en su propiedad y si tiene alguna queja, le aconsejo presentar el denuncio, señor. Lamento no poder ayudarle —contestó el hombre y cerró la reja en su cara.
Orestes al ver que no podría lograr nada se encaminó hacia su auto. No por miedo, no por rendirse, sino porque entendió que esa guerra la pelearía en otro terreno. Uno donde Ethan saldría perdiendo lo poco que ha construido.
Tomó su móvil y marcó el número de Eirin. El mismo repicó tres veces, y luego cayó al buzón, como si ella deliberadamente hubiera rechazado la llamada, se frustró aún más.
Minutos antes… en el auto, Eirin no podía dejar de pensar. A diferencia de otro tiempo donde se hubiera visto envuelta en esa situación, en ese instante se encontraba serena.
Se sentía curiosa, preocupada, pero no porque Orestes la pueda descubrir. El taxi avanzaba hac