La carta, arrugada, amarilla por el paso del tiempo, permanecía sobre la mesa, intacta. Ethan la había encontrado entre viejas cajas de recuerdos olvidados. Un hallazgo fortuito, pero devastador. No estaba preparado para lo que leería. El temblor de sus manos delataba la batalla interna entre el miedo a enfrentarse a la verdad y la necesidad de conocerla. Con un suspiro, rompió el silencio de la habitación y comenzó a leer.
“Si alguna vez encuentras esto, me habrás perdido. Es cierto que todo tiene un precio, pero nunca imaginé que el mío fuera tan alto. Me traicionaron, hijo mío. Orestes me mintió sobre todo. Orestes no es tu padre, o al menos no biológico. Si alguna vez llegas a la verdad, sabrás que lo que estamos haciendo, lo que hice, fue inevitable. Tienes derecho a conocerlo, pero también es una carga. Si sigues este camino, te perderás, como yo me perdí.”
Cada palabra le hundió un poco más. Al principio, la negación fue su refugio, una coraza que intentó mantener erguida. Pero