Cuando Orestes salió por la puerta principal, la mansión quedó sumida en su acostumbrado estado de silencio. Su presencia allí mantiene el control de todo el espacio, pero hoy, por primera vez, la mansión parecía vacía, como si los ecos de sus pasos se desvanecieran al momento de salir. La niebla de la madrugada se cernía sobre los jardines bien cuidados, el aire frío envolvía la estructura, y Eirin estaba atrapada en su habitación, custodiada por los hombres de Orestes, quienes, aunque eran de confianza, representaban una presencia que solo añadía más opresión a la atmósfera.
Orestes, al salir, no se molestó en mirar atrás. La prisa por cumplir su plan lo había absorbido completamente. De hecho, en su mente no había espacio para Eirin ni para sus emociones, salvo mantenerla resguardada mientras terminaba con los obstáculos que le impiden seguir en el poderío que siempre ha tenido. Para él, ella era una pieza que debía mantenerse bajo control, y, por un momento, había decidido que la