Acabar con la muñeca II

La conversación dio un giro inesperado cuando Larissa, con un gesto rápido, sacó una aguja de su bolso. Eirin no pudo reaccionar a tiempo. Larissa la atacó por sorpresa, inyectándole una sustancia que la dejó débil y atontada. La joven luchó, pero la presión de la aguja le hizo perder rápidamente el control.

—Lo siento, querida —dijo Larissa con una sonrisa envenenada—. Pero Orestes no puede perder su pieza más importante.

Unos minutos más tarde, Eirin despertó, con la cabeza dándole vueltas y una sensación de desorientación. Su visión se aclaró lentamente, pero cuando se dio cuenta de la situación, un grito sordo se formó en su garganta. Su cuerpo estaba totalmente inmovilizado. Orestes no estaba allí, pero Larissa sí.

—¿Qué me has hecho? —preguntó Eirin, luchando por mantenerse consciente y sin poer mover ni un miembro de su cuerpo.

Larissa la miró con una sonrisa fría.

—Nada que no puedas manejar, querida. Te vas a quedar aquí, bajo mi control, mientras Orestes no esté. Yo también
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