Sin duda, ese había sido el peor fin de semana en la historia de los fines de semana.

Primero, a Héctor se le ocurrió acusarme de arruinar su boda. Después, Serena, mi propia hermana, se puso en modo psicóloga conmigo en el carro, prácticamente diagnosticándome problemas maternos y de abandono. Y por si fuera poco, el auto de Héctor se estrelló contra la parte trasera del mío, un BMW que apenas tenía desde hace una semana.

¿Y ahora?

Ahora, Victoria Herrera, la madre de Nicolás y Fernando, estaba insinuando que yo le destrocé el corazón a Fernando.

Para empezar, él debería tener un maldito corazón.

Me harté.

—¿Alguien más tiene algo que quiera decir? —Pregunté, alzando la voz—. Ahora sería un buen momento para acusarme también de cambiar el clima e instigar la primera guerra mundial.

—Ni siquiera te arrepientes. —Señaló Victoria.

—¿Arrepentirme de qué? ¿De haber dejado a Fernando? Las amistades empiezan y terminan. Si él no puede lidiar con que lo dejen, ese es su problema. Busquen ayud