—¡Suéltame! —gritó Lyra mientras pateaba la pierna de uno de los hombres. Pero su brazo fue torcido hacia atrás, haciéndola gemir de dolor.
Adrián observaba la escena con rostro impasible, como si lo que tenía delante no fuera una persona, sino un objeto sin valor.
—Siempre has sido terca, Lyra. Pero eso es precisamente lo que me atrae de ti —dijo en voz baja, con un tono frío como el veneno.
Lyra lo miró con furia.
—¡Estás loco! ¿Dónde está la tía Sofía? ¡Dime dónde está esa mujer!
Adrián comenzó a rodearla lentamente, como un lobo saboreando el miedo de su presa.
—Está en la habitación de atrás. Pero me temo que ya no podrá verte —murmuró con una sonrisa apenas perceptible.
—¡No puede ser…! —la voz de Lyra temblaba. Intentó liberarse, pero el agarre de los dos hombres era demasiado fuerte.
—Tranquila —prosiguió Adrián—. No voy a hacerte daño… si decides cooperar.
Lyra lo fulminó con la mirada.
—¿Cooperar en qué?
—En vengarnos de la familia Marino, como lo planeamos desde el