A la mañana siguiente, Raffael salió de casa más temprano de lo habitual, incluso sin desayunar. No podía dejar de pensar si Lyra llegaría a la oficina acompañada por Adrián. Esa inquietud lo mantuvo despierto toda la noche.
Al llegar a la oficina, Raffael no fue directamente a su despacho. Prefirió esperar en el vestíbulo para ver con quién llegaba Lyra.
Después de treinta minutos de espera, vio a Lyra entrar sola. Su ropa también era distinta a la del día anterior.
—¡Lyra, espera! —llamó Raffael.
Lyra, al escuchar su nombre, se detuvo y se giró hacia él.
—¿Señor Raffael? ¡Buenos días! ¿Está esperando algo aquí? —preguntó Lyra, mirando a su alrededor.
Ella sabía que Raffael detestaba sentarse en el vestíbulo, por eso le sorprendía verlo levantarse del sofá.
—Te estaba esperando. ¡Ven conmigo!
Sin importar las miradas de los empleados que recién llegaban, Raffael tomó la mano de Lyra y la llevó fuera del edificio, cruzando la calle.
—Acompáñame a desayunar. No he comido nada —ordenó R