La vuelta a Ashbourne Manor fue un viaje silencioso y cargado de presagios. El carruaje avanzaba con pesadez entre los caminos embarrados y húmedos de la campiña, y Eleanor mantenía la vista fija en el paisaje que desfilaba tras la ventanilla, aunque sin verlo realmente.
Su mente aún estaba en el claro del bosque, en la textura de la camisa de Gabriel, en la firmeza de su abrazo. Clara, sentada a su lado, mordía el labio inferior con tanta fuerza que casi lo hacía sangrar, sin atreverse a pronunciar una sola palabra. El aire dentro del carruaje era espeso, impregnado de la conciencia compartida de que aquel amanecer robado a las ruinas había alterado irrevocablemente el equilibrio de sus vidas, sellando un camino del que ya no había retorno.
Al cruzar el umbral de la casa, el cambio fue palpable. Eleanor sintió el peso de las miradas como una lluvia de agujas finas. Dos criados, que no tenían motivo