El amanecer apenas despuntaba, tiñendo el horizonte de un azul pálido y lavanda. Eleanor, cubierta con una capa de lana azul oscuro que la mimetizaba con las sombras, se escabulló de Ashbourne por la puerta del jardín que daba al bosque.El rocío mojaba sus botines y el aire frío le enrojecía las mejillas.
La breve nota, entregada horas antes por la mano discreta y temblorosa de su doncella Clara, había sido clara y urgente:
"Al alba, en las ruinas de la iglesia del bosque. Ven sola. —G."
Ahora, escoltada por esa misma doncella, cuyo rostro era un mapa de preocupación, seguía aquellas instrucciones que podían llevarla a la salvación o a la perdición. Clara, con los nudillos blancos apretando su propio ch