Zeina Al-Shams se había levantado esa mañana con un espíritu de beligerancia a flor de piel. El reflejo que le devolvía el espejo de su suite en Manhattan era el de una mujer de inigualable belleza y poder, una mujer que debía ser la reina indiscutible, y no la figura secundaria que Tariq había convertido en una broma.
La situación con su prometido estaba lejos de ser la coronación que ella había anticipado. Fátima Al-Farsi, la madre de Tariq, había orquestado el compromiso a espaldas de su hijo, convencida de que era la única forma de asegurar el linaje y una buena descendencia.
— Yo conozco a mi hijo querida, la obstinada reticencia de Tariq al compromiso matrimonial ya es un hecho comprobado — le había dicho en aquella oportunidad. Y ¡Bingo! Ella misma se había propuesto sutilmente como solución al gran problema que tenía su querida tía.
— Tía Fátima tienes toda la razón, debes velar por el bienestar de tu familia, ese es nuestro deber como buenas esposas y madres. Nosotras siempre