La respiración de Claude se agitó, conteniendo la furia a duras penas.
Si quien hubiera contestado el celular fuera Angélica, ¿cómo se habría sentido al oír esas palabras?
—Mabel, ¡estás buscando tu perdición!
Al otro lado de la línea hubo un silencio tenso. Tras unos segundos, Mabel respondió con voz trémula:
—Claude… no es lo que piensas. Déjame explicarte.
Claude colgó de golpe. No podía escuchar más.
No dejaría impune a Mabel.
En eso, un auto se detuvo frente a la casa. El hermano de Angélica bajó corriendo.
Agarró a Claude por la camisa:
—¿Dónde está mi hermana? ¡No logro contactarla!
Claude de pronto soltó una risa amarga.
—Se fue. Me abandonó a mí y también a ti.
—¿Qué diablos dices? ¡Mi hermana jamás me abandonaría!
Claude le contó todo.
La expresión de su hermano se tornó en pánico.
—¡Pero lo hice por su bien! Todos estos años de tratamientos la fueron desgastando. Tu madre la presionaba tanto. Temí que no lo resistiera.
—Por eso, cuando supe lo de Mabel, no se