Durante los meses siguientes, comencé a pasar siete días en cada ciudad y salí a la siguiente.
Claude llegaba un paso tarde, fallando en encontrarme una y otra vez.
Pero Teodoro siempre lograba localizar mi próximo destino con precisión.
Poco a poco, me acostumbré a su presencia.
Con el tiempo, incluso llegaba a sugerirle adónde quería ir después, y planeábamos juntos.
Mientras, Claude seguía llamándome con números distintos. Harta, un día contesté una de esas llamadas.
Al otro lado, Claude sonó conmocionado.
—¡Amor, por fin contestas! Escucha, déjame explicar…
Lo interrumpí sin piedad:
—Si solo vas a repetir lo mismo, no tenemos nada de qué hablar. Ya recibirás la citación judicial. Finalicemos el divorcio pronto.
Su voz tembló:
—¿Podemos no divorciarnos? Todo es mi culpa.
—¿Y eso qué cambia? ¿Puedes devolverle la vida a mis dos bebé? ¿Puedes borrar que te acostaste con Mabel?
—No me contactes para nada excepto para el divorcio. Me das asco.
Colgué.
Al darme la vuelta, Teod