Camille siempre ha vivido bajo los rigurosos conceptos de la sociedad. Y a sus recién cumplidos veintiséis años de edad su única preocupación es seguir siendo la esposa modelo, papel que ha desempeñado por mucho tiempo. Su reputación y su vida se han mantenido sobre lo intachable, dedicándose en cuerpo y alma a aquel hombre que tanto amaba y había prometido su vida hasta que el final llegara. Pero algo estaba cambiando en ella, se sentía insegura de su aspecto; insatisfecha de sus escasos encuentros íntimos con su esposo, no se sentía deseada pero sobre todo estaba necesitada. Necesitada de atención, de verdadera satisfacción y fue un día, cuando todo esto se vio acumulado, que pronunció aquellas palabras. Camille no estaba esperando ser escuchada, ni siquiera tenía planeado explotar como lo había hecho. Pero, para su buena o mala fortuna, fue esa la ocasión en que sus palabras llegaron a algo más que el viento. «Ten cuidado cuando llamas al demonio, él podría estar escuchando>> Esto traería consecuencias en su vida y en sus hábitos, pero sobre todo en lo que según ella era correcto o no. ¿Sería capaz de traicionar al hombre al que prometió fidelidad ante Dios? ¿Podría acaso el mal y la libido ocultarse tras esa encantadora sonrisa? Y lo más importante, ¿qué tan tentadores llegarían a ser los placeres de la carne? Estaba perdida, hipnotizada y rendida ante la mirada de ese ser. Porque ese demonio tenía la sonrisa de un ángel.
Leer másLe doy un sorbo al café, y siento el líquido caliente bajar por mi garganta dejando un ligero sabor amargo en mi paladar. Normalmente no bebo más que té, pero hoy estoy de visita y sería muy descortés el haberme negado a beber una taza de café con mi amiga de la adolescencia.
Ella me sonríe con júbilo y deposito con suavidad la taza sobre la mesita que está frente a nosotras para continuar con nuestra conversación. A pesar de los años, Hanna seguía teniendo el mismo aspecto que en la niñez. Todavía poseía esa sonrisa característica de una niña y ese aire jovial a su alrededor; tanto que estar cerca de ella te brindaba una paz sin igual. —Así que te casaste hace dos años—dije,y ella asintió con armonía. —Así es, conocí a Ed en la exposición de arte de su hermano. Comenzamos a salir y después de un año y medio nos comprometimos y posteriormente casamos. Ya hacen dos años. —Vaya, que bien—me alegro mucho por ella. —¿Sabes? Cuando estábamos en secundaria siempre creí que serías la última en casarse. Tenías una forma de ser tan extrovertida, alegre y alocada que pensaba que nunca encajarías con todas esas formalidades. Tenías el estereotipo de mujer moderna e independiente. —Yo tampoco creí que terminaría en esto. La verdad es que fui la primera de nosotras en casarse. Supongo que los años y las responsabilidades me hancambiado mucho —me encogí de hombros—. Ya ves que no soy tan independiente y, sinceramente, me gusta mi vida como es. —Me alegro mucho —le dio un sorbo al café—. ¿Qué ha sido de tus padres? Tengo mucha añoranza de los pasteles de manzana de la señora Ailyn. —Mis padres se encuentran bien, rebosantes de felicidad y salud —suspiré. —Y sobre todo orgullosos de la mujer en la que te has convertido, ¿cierto? —Pues sí. A pesar de todo, ellos siempre han comprendido mi personalidad, incluso cuando eraalocada. —Ambas reímos. —Y, bueno, ¿tienes planes futuros? Como ser madre, por ejemplo —inquiere con suma curiosidad. Por un momento, desvío la mirada hacia el gran ventanal que posee el salón. Sus vistas son espléndidas y hacen que pierda la noción de nuestra conversación. Sin embargo, parpadeo y vuelvo a observarla con ojo crítico. —¿Ser madre? —Lo medité y me di cuenta de que ese tema nunca había sido el de conversación entreWilliam y yo—. La verdad es que tenemos otros planes en mente ahora mismo y aún no nos hemos planteado el ser padres. —Ya veo. —Asintió. —Hanna, ha sido increíble verte, pero ahora mismo es hora de que regrese a casa —me puse de pie y ella imitó mi acción—. Espero vernos pronto denuevo. —Seré yo quien te haga lavisita —me dio un cariñoso abrazo. —Estaré esperándote. Salí de aquella casa revestida de madera y me subí al coche poniendo camino a casa. No me habíadado cuenta en compañía de mi amiga de lo rápido que había pasado el tiempo. Hace apenas unos años era una joven taciturna y alocada con aires de independencia que daba dolores de cabeza a sus padres. ¿Y ahora? ¿Quién era ahora? Asumía que William ya habría llegado, o estaba a punto de hacerlo. Estacioné el coche y observé desde la ventanilla nuestra casa; porque no podía decir que es mía. Dejé que un suspiro abandonara mis labios antes de abrir la puerta y cerrarla con ímpetu. Me adentré por la puerta principal de madera oscura y a la sala, al llegar encontré una corbata negra sobre el sofá. La recogí y me dirigí hacia nuestra habitación. —Ya has llegado —dije al verlo de piemientras se quitaba su traje azul marino. —Oh, hola cariño. —Se acercó y me depositó un suave beso en los labios. —Te he dicho un sinfín de veces que no dejes la ropa esparcida por la casa —me quejé, y sonrió encogiéndose de hombros. —Lo siento. Por cierto, ¿dónde estabas? —inquirió. —Estaba visitando a Hanna, una amiga de la niñez. No nos veíamos desde hace casi seis años. —Otra de las ovejas descarriadas —dijo poniendo los ojos en blanco. —Oye, no hables así de mis amigas —resoplé cruzándome de brazos. —Lo siento, pero está de más sabido que la mayoría de ellas tuvieron un historial no muy bueno. Por ejemplo, la que vino a verte hace un mes, la tal... —Se quedó pensativo. —¿Vickie? —Sí, esa. Ni siquiera se ha casado y, por lo que escuché, es toda una p... —Dejó ahí la frase y cerré mis manos en puños. Su actitud me molesta, aún más lo hacen sus palabras. ¿Quién se ha creído para decir semejante burrada? —¿Con qué derecho hablas así de ella? Estamos en el siglo XXI, las mujeres no tenemos que casarnos porque así lo determine la sociedad. Eso quedó en el siglo pasado. Además, no le faltes el respeto —exigí con la mirada seria. —No te molestes, es solo que yo tuve suerte y me tocó la mejor esposa del mundo. —Acarició mi rostro, pero me quedé esperado su beso ya que se sentó en la cama—. ¿Me ayudas a quitarme la camisa? —Claro. —Fingí una sonrisa. Lo ayudé y, cuando dejé la camisa bien puesta en la percha, me fui a hacer la cena. Dejé la mesa preparada antes de ir a darme una ducha rápida. Pero, cuando volví lista para cenar con William, me sorprendió ver que él ya había acabado de cenar. —¿Por qué no me has esperado? —lepregunté. —¿Debía esperarte? Me quedé atónita ante su respuesta. —Se supone que cenamos juntos. —Lo siento, cariño, estoy muy ocupado — dijo—. Quería cenar rápido para poder seguir revisando unos documentos. —Está bien —suspiré con desgana—. Ve a trabajar, yo recogeré los platos. Había perdido hasta el apetito, así que recogí la mesa y me dirigí a lavar los platos. Sentí un extraño vacío en mi estómago que no tenía nada que ver con el hambre. Era una sensación de inconformidad y tristeza que últimamente me acompañaba casi a diario.Pero como acostumbro trago el nudo de mi garganta y aparté en un rincón de mi mente, y de mi corazón, esa sensación. Terminé las tareas y regresé a la habitación. Me lo encontré sentado en el escritorio, tiene la vista fija en un montón de documentos que se esparcían en la superficie de madera. —¿Tardarás mucho más? —hablé a sus espaldas mientras masajeaba sus hombros. —Aún me falta un poco —dijo, sin mirarme. —¿Sabes? —Me senté en una esquina del escritorio haciendo que fijara en mí su atención—. Hace mucho que no hacemos el amor. —Mordí mi labioinferior. —¿Y? —¿Y? ¿A qué se refería con eso? —¿Y? —dije exaltada—. ¿Cómo qué y? Me tienes desatendida, Will. ¿Hasta cuándo será esto? —Eso quiero preguntar yo —Se volteó a verme molesto—. ¿Qué está pasando contigo? ¿Acaso visitar a tus amigas te está volviendo como ellas? Últimamente estás diferente, todo temolesta e, incluso, estás siendo muy rebelde. —Solo estoy diciendo lo que siento. Nadie necesita influenciarme para que exprese lo que pienso. —Veo que esa etapa tuya de niña malcriada está volviendo, justo igual que cuando te conocí. A diferencia de ti, no nací en cuna de oro. Te niegas aaceptar un solo centavo de toda tu fortuna familiar porque según tú nuestro matrimonio debe salir adelante por nuestros propios esfuerzos. —Se revolvió el cabello exasperado—. Así que tengo que matarme trabajando en esa m*****a empresa para poder dartetodos tus gustos. —¡No me culpes! —grité, y me puse de pie—. Nunca te he exigido nada. Ni lujos, joyas, zapatos o algo más de lo que podamos tener. Solo te necesito a ti, pero me estás alejando y culpando sin razón alguna. —Por favor, Camille, no tengo ganas de seguir esta discusión. —Se levantó de forma brusca—. Iré a dormir a la habitación de huéspedes, mientras piensas tu comportamiento. —No tengo nada que pensar, no soy una niña pequeña —apuntillé. —Tú no eres la mujer con la que me casé —dice molesto—. Realmente no quiero volver a decepcionarme contigo. Sin dejarme decir nada más, William salió de la habitación dando un fuerte portazo y dejándome allí sumida en mis pensamientos. Por uno momento me debatí entre cuál de los dos tenía la razón. Puede que últimamente estuviera siendo algo insistente en muestras de afecto por su parte. Pero no era mi culpa. Cada vez lo sentía más distante y me hacía creer que nuestro matrimonio podría acabar en cualquier momento. Pero, por otra parte, entendía que estaba muy ocupado. Bien sabía que el trabajo dominaba gran parte de su tiempo y, al final, siempre tenía que traer parte de él a casa para continuarlo. Pero esto no era mi culpa, yo no estaba cambiando, sino él. Sin embargo, a pesar de saber que no tenía la culpa, aquí me encontraba; meditando el cambiar mi actual actitud y volver a ser la mujer a la que él ama y de la que se siente orgulloso. No quería perderlo y para ello estaba dispuesta a ser de nuevo la esposa ejemplar. Al fin y al cabo, es la única función que ejerzo en esta relación.—No puedo dejarte sola ni un maldito minuto. —Ciro golpeó su frente, frustrado. —Fue un accidente —dije encogiéndome de hombros. —¿Desde cuándo al suicidio le cambiaron el nombre? —se cruzó de brazos. —Me sentía muy sola —confesé cabizbaja—. Además, ya no hay vuelta atrás. Miré las enormes puertas que se alzaban frente a mí. Eran de un material parecido al mármol, pero estaba segura de que no había nada igual. En medio de una gran oscuridad, solo ellas se alzaban, impenetrables e imponentes. En el enorme umbral distinguí una gran escritura. —*Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate* —repetí leyendo. —Abandonad toda esperanza, quienes aquí entráis —repitió mi hermano tras de mí y desapareció—. Sigues tú sola de ahora en adelante. Como si me recibieran, aquellas puertas enormes se abrieron dando paso a una cegadora luz seguida de un calor casi asfixiante. Cerré los ojos, deslumbrada, y entonces escuché una voz. Era como un canto masculino, realmente hermoso y reconfortante.
Luego de explicar todo cuidadosamente a la policía, claro, omitiendo ciertas cosas, les conté sobre el hecho de que William era hijo de aquel terrorista y pretendía vengarse de mí porque me inculpaba. Conté sobre el hecho de que Hanna había sido su amante y lo estaba ayudando, pero que al negarse a ayudarlo, él la asesinó y asustado por ello huyó.Mi historia fue creída, ya que su cuerpo jamás apareció y no quería ni imaginar qué había sido de él en manos de Ciro, aunque tampoco me importaba. El caso se mantuvo abierto y la búsqueda de William aún permanece, aunque sabía que jamás lo encontrarían. Mis padres se tornaron más sobreprotectores y me pidieron permanecer en casa, temerosos de que William pudiera aparecer nuevamente con su sed de venganza. Además, agradecieron a Rei por ayudarme y papá lo aceptó, por así decirlo.Pasaron varios días en los que, para mantener a mis padres tranquilos y felices, no abandoné la casa nada más que para ir al funeral de Hanna. A pesar de todo y del
Abrí los ojos con dificultad. Mi cuerpo se sentía adormecido y los sentidos totalmente confundidos. Tardé un par de minutos en comenzar a distinguir imágenes, sonidos y olores. Noté que me encontraba atada a una silla de metal frío; el lugar parecía una especie de hangar, pues distinguía la estructura. Un tenue olor a aceite o petróleo, además del sonido de aviones, me envolvía. —William —dije con dificultad al verlo a unos pasos de distancia—, ¿qué haces? —¿Qué hago? —rió cínicamente y se acercó. Tomó con fuerza mi rostro y me hizo mirarlo—. No sabes cuánto he esperado para poder hacer esto, perra. —¿Todo esto solo porque terminé contigo? —Aquello no parecía tener sentido para mí. —Me importa una m****a con quién me hayas traicionado, todo lo que tuviera que ver contigo me importaba bien poco. —De su cinturón sacó un arma y apuntó en mi dirección. Mi sangre se heló. —¿Entonces por qué? —Por mi padre —dijo con rabia en su voz—. Tomaste la vida de mi padre, m*****a. —¿Yo? ¿Pero q
No había nadie en la habitación junto a mí. Noté una intravenosa en mi mano, al igual que una vía de oxígeno en mi rostro y aquel extraño aparato que suele marcar el ritmo cardíaco. ¿Por qué tenía puestas todas esas cosas? Noté mi garganta seca y me fijé bien alrededor. Esta habitación no era normal; estaba herméticamente cerrada, sin asientos para acompañantes. No era broma y lo confirmé ante toda la maquinaria médica allí dentro. Estaba en una sala de cuidados intensivos. Eso quiere decir que estuve grave, pero, ¿cuánto tiempo había estado inconsciente? —Al fin despiertas. —Di un brinco al escuchar su voz y verlo de pronto de pie junto a la cama. —¿Quieres matarme de un infarto? —dije, tocando mi pecho y notando la frecuencia de aquel aparato que mide mis latidos subir.—Camille —gruñó, pasándose las manos por el cabello algo exasperado—, ¿tienes idea de lo preocupado que estaba? —¿Tú preocupado? Eso suena bien para mí. —No es momento para bromas; estuviste muerta por medio
»Una serena brisa sacude mi cabello. Un suave olor a pinos y flores se extiende alrededor. Abrí los ojos para encontrarme en un frondoso bosque. Los árboles de pinos y secuoyas llegan tan altos que apenas dejan ver el cielo. Miré cómo de entre los arbustos salió caminando una figura femenina. Instantes me bastaron para identificarla, pues ella era exactamente igual a mí. Comprendí que estaba recuperando mis recuerdos, pero no como Joanna. Sino como una espectadora detrás de las memorias de alguien más. Ella se agacha a recoger unas pequeñas flores del suelo. Su vestimenta es un largo vestido de color rojo claro, lleva los pies descalzos y flores en su largo cabello ondulado. A pesar de que ella es como yo, creo que jamás me he visto ni la mitad de hermosa de lo que ella luce sin una gota de maquillaje. Supongo que siempre me he infravalorado a mí misma. Una fuerte brisa azotó, moviendo las hojas de los árboles. El aire trajo un extraño aroma a sangre. ¿Cómo pude identificarlo? No
Caminé a paso apresurado hasta ponerme en medio de ambos. Mi enojo no debe pasar desapercibido, pues realmente se estaban comportando como dos adolescentes de preparatoria y no como lo que son.—¡Detengan ya esta tontería! —me crucé de brazos—. Idiotas inmaduros, ¿no se supone que son amigos? —No te entrometas en esto, Camille —gruñó Rei. —¡Lo haré! —lo miré retadora—. No pienso callarme y ver cómo dos demonios inmaduros de miles de años destruyen todo alrededor por un berrinche. —Camille —dijo con tono de advertencia. —Nada de Camille, tú te vas conmigo porque tienes mucho que esclarecer y nada de excusas —lo apunté con el dedo—. Y tú —me volteé al otro—, puedes irte y gracias por ser lo suficientemente hombre para contarme la verdad. —Cuando quieras, hermanita —me guiñó un ojo y desapareció. —Sabía que no podía dejarte sola ni un segundo —dijo a medida que avanzaba en mi dirección y desaparecía aquella oscuridad de su alrededor, dejando ver su figura nuevamente. —Atent
Último capítulo