Mientras tanto, Rekhmire estaba sentado en su oficina, frente a su escritorio de cedro pulido. Un mapa detallado del palacio y sus alrededores yacía desenrollado, pero su mirada no se posaba en él. En cambio, su mente regresaba una y otra vez a la princesa Nefertari.
Habían pasado varios días desde la última recepción de banquete. La princesa había mantenido su actuación, su sonrisa falsa, su aparente entusiasmo por el matrimonio con Menkat. Demasiado bien. Demasiado perfecta. Eso era lo que carcomía a Rekhmire. Conocía la naturaleza humana, la renuencia de una doncella obligada a casarse, la tristeza disfrazada que era tan común en la corte. Pero Nefertari no mostraba ninguna de esas grietas. Su sumisión había sido repentina, casi milagrosa. Y en el mundo de Rekhmire, los milagros no existían, solo las manipulaciones.