Las noches eran más tranquilas desde que el nuevo consejo trinacional se había establecido. La niebla no había vuelto a asomarse a los límites del faro, y las rutas comerciales prosperaban. Pero en los corazones de quienes habían enfrentado el abismo cara a cara, el silencio no siempre significaba paz.
Amara no dormía.Se había acostumbrado a la sensación de alerta constante, al peso invisible de responsabilidades demasiado grandes para una sola alma. Su cuerpo descansaba, sí, pero su mente recorría una y otra vez las imágenes de lo vivido: el altar, la niebla, los aullidos, los relieves antiguos, las miradas de esperanza. Y también… la duda. ¿Cuánto duraría esta era de equilibrio? ¿Cuánto tiempo podrían mantener a raya las viejas sombras?Una noche, mientras la luna creciente dibujaba formas quebradas en el suelo de piedra, Amara descendió sola hacia la costa, siguiendo un impulso más fuerte que la razón. Llevaba su capa negra y la runa tallada que