El ascensor se detuvo con un suspiro metálico. Olivia salió con la bolsa de papel entre los brazos, el aroma del risotto al tartufo llenando el aire. Venía del restaurante favorito de Liam, ese lugar diminuto en el SoHo donde solían ir cuando el mundo aún parecía cuerdo. No había avisado que volvía temprano. Quería sorprenderlo. Quería sentir, aunque fuera un segundo, que todo podía ser como antes.
Entró al penthouse en silencio, descalza, dejando que la penumbra la guiara.
Pero el sonido de una risa masculina la detuvo en seco. La risa de Liam.
Y una voz femenina, aguda, infantil, cargada de coquetería.