La oficina estaba en penumbra. Solo el resplandor de las luces de Manhattan filtrándose por el ventanal alto le daba forma a las sombras. Olivia levantó la mirada al sentir la presencia en el umbral. No lo había escuchado entrar. No había anunciado su visita. Y aun así, ahí estaba.
Maximiliano Romano.
El exfiscal caminó hacia ella con la misma seguridad de siempre, como si el tiempo no hubiera pasado, como si los años cargados de juicios, traiciones y secretos no hubieran dejado huella. Su traje oscuro, impoluto, contrastaba con la barba incipiente que le daba un aire más salvaje. Más peligroso.
—¿Te molesto? —preguntó con esa voz grave que parecía dictar sentencias incluso fuera de la corte.